(Re)volver

Delfina Filloy | Natalia Navia

Delfina Filloy nació en 1989 en Rincón Chico, asentamiento que se construyó en 1984 para los obreros que durante diez años trabajaron en el Embalse Piedra del Águila, una represa hidroeléctrica en el río Limay. El lugar, habitado por 10.000 personas, fue despoblado cuando se finalizó la obra. Natalia Navia vivió su infancia a más de 1000 kilómetros de Rincón Chico, en Rada Tilly, villa balnearia fundada en 1948 en la costa atlántica próxima a Comodoro Rivadavia. 

(Re)Volver es el relato de un viaje que unió estos puntos sobre los que se imprimieron las infancias de Delfina y Natalia, pero sobre todo, es la escenificación de los recuerdos que sobreviven a la distancia y al tiempo que las separa de esos lugares.

Durante 2020, iniciaron un diálogo de un modo tan anacrónico como la vida demorada que instaló la pandemia: cartas en papel. Llevadas puerta a puerta por ellas mismas como parte de un itinerario de salidas estratégicas, junto a algunos objetos que viajaban en una lata, las cartas intensificaron a lo largo del tiempo la presencia de cada una en la casa de destino. 

Este formato supone tanto la espera, que regula el flujo de la conversación, como el desorden, porque las asociaciones de la memoria son insólitas y no lineales. 

Acceder a los distintos objetos y cartas es sumergirse en esa intimidad que puede resultar primero ajena, pero que pronto se disipa y se percibe cercanía en lo que se lee y se mira del registro. Los intercambios que sostuvieron a lo largo del tiempo las llevaron a descubrir coincidencias en historias de vida geográficamente distantes y pensar a dúo sobre los recuerdos de la infancia: conocer la nieve, tener un perro, probar el helado, aquellas primeras veces que se registran en el cuerpo de forma indeleble.

El abandono de los lugares de la infancia, producto de mudanzas familiares, las hizo coincidir en un mismo lugar: el Alto Valle. Convocadas por el paralelismo entre sus historias de vida, las artistas decidieron viajar a los pueblos de los que se habían desplazado, realizando un recorrido que se inició en Rincón Chico y que tuvo como destino Rada Tilly.

Así, la escritura individual y ordenada de las cartas tomó otras formas, relacionadas a las dinámicas que los cuerpos adoptan en un viaje y a modos extraordinarios de contemplar y escuchar. Atentas a esa particularidad, y a cuánto del mundo de los afectos puede traducirse en esas lógicas de viaje, Delfina y Natalia registraron con obstinación todo lo que pudieron mensurar, guardar, señalar. 

Como ocurre en los viajes, adoptaron un modo contemplativo y ralentizado en el que se observa el entorno con ojos atentos, ojos que no naturalizan el paisaje. Los kilómetros que unen Rincón Chico con Rada Tilly atraviesan extensas llanuras de estepa, con cambios progresivos y sutiles en el color, en la temperatura, en el olor y en el tamaño de la vegetación, del suelo y del camino. 

El despliegue de las imágenes que registran el viaje desarma la idea de aquel territorio como algo unívoco y muestra la entidad de lo múltiple: sus contrastes entre lo majestuoso del mar, lo monumental de bardas y acantilados, y lo inconmensurable de la estepa. No son las imágenes individuales las que logran esta expansión, sino todo el archivo: los puntos de partida, de destino, y lo que encontraron en el medio, en un ejercicio de montaje que habilita la recuperación de una memoria compleja, compuesta por fragmentos irreductibles a una sola imagen.

Gustavo Cabrera, María José Melendo y Julia Isidori.